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Los dientes de leche, el Ratoncito Pérez y el tiburón

Colaboración de Andrés Antelo*

Nos gusta mantener esa tradición, no antigua pero ya secular, de dejar bajo la almohada el primer diente que cae para que el Ratoncito Pérez se lo lleve y, en su lugar, deje una moneda o un pequeño regalo. El Niño o la niña, que se atemoriza ante ese diente que se mueve y a veces sangra o duele, halla, en ese pequeño y simpático roedor, una compensación que le devuelve rápidamente la alegría. Es todo un acontecimiento que marca el inicio de un proceso natural: los dientes de leche, que son veinte, van cayendo entre los cinco y los doce años de edad, para dar paso a los dientes definitivos que nos acompañarán durante el resto de la vida. El cambio de unos diminutos dientecillos por otros grandes y fuertes, con los que alimentarse mejor, es también una de las manifestaciones del tránsito de la infancia a otras etapas de la vida, durante el cual los pequeños comienzan a sentirse, ya “mayores”.

En unos niños este proceso ocurre antes y en otros después, cada cual lleva su ritmo. El diente permanente comienza a empujar y el de leche, ayudado por el enredo de la lengua, con la que todo niño juega, cae para permitir que el nuevo, al no encontrar resistencia, se desplace hacia adelante hasta quedar alineado y ocupar el lugar que le corresponde. Para que todo esto transcurra con normalidad, es bueno que, en edad temprana, los niños se inicien en la higiene bucal. Y para una buena prevención y garantía de que así suceda, la visita al dentista debería de realizarse de forma rutinaria; la primera ya, coincidiendo con la erupción de los dientes de leche, con el fin de tratar patologías que, si se detectan pronto, no tienen por qué causar mayores problemas, como las caries tempranas o de biberón.

En este cambio natural de la dentición, la visita al especialista ayudará a esclarecer el proceso y a prevenir algunos desajustes. Por ejemplo, puede ocurrir que los dientes de leche se resistan a caer y que los nuevos se coloquen en segunda fila, provocando así lo que denominamos “dientes de tiburón”. Esto sucede porque la raíz de los dientes de leche se reabsorbe de forma incorrecta, porque el apiñamiento de los primeros dientes impide que las piezas definitivas ocupen su lugar adecuado, porque los dientes nuevos y permanentes vienen un poco desviados, o simplemente porque el niño no se atreve a facilitar su caída. Aunque a los padres este fenómeno nos puede resultar alarmante, es esperanzador saber que en la mayoría de los casos se resuelve felizmente en pocos días; pero si los dientes de leche persisten mientras los permanentes siguen creciendo, el odontólogo habrá de valorar la extracción preventiva del diente de leche para evitar el uso de ortodoncia por apiñamiento y mala oclusión de las piezas dentales.

 

Ayudemos a los más pequeños a mantener una correcta higiene y unos adecuados hábitos de salud bucodental, y no olvidemos visitar de forma regular el odontólogo, el único que debe valorar el estado de salud y de formación de la dentición de los más pequeños.

 *Andrés Antelo Añón, dentista de Marín.