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Desde El Escorial para Carriola de Marín

PARADOR DOÑA ANTONINA.

Por José Ruiz Guirado.

DON SECUNDINO Lorenzo Touza, médico marinense del que dimos contada cuenta; nos contaba del Parador de Doña Antonina (así le llamaba Budiñas en sus murgas carnavalescas). Aquel parador sería por muchos años refugio nocturno de paragüeros, traficantes del barato-vendo, trashumantes, canteros de peonaje, pordioseros retrasados en su camino y toda gente ruin que sorprendía la noche en sus alrededores; a quienes servía una taza de caldo rutinario, sin más variantes que la temperatura. Aún se usaría en el parador la “manta ruana”, medida hispánica de las Ventas de nuestro Siglo de Oro y de la picaresca.

CELEBRES fueron las posadas de Sevilla, Alcolea, las de Toledo; conocidas por ser centro de reunión de pícaros y ampones. Lope de Vega las citaría en “La doncella Teodora”. Miguel de Cervantes  en “El rufián dichoso” y “La ilustre fregona”. Quevedo las conocía bien, entre Toledo y Córdoba, la de Darazután y Zarzuela. En el Camino de Santiago  había  albergues, que se hacían la competencia. Durante la Edad Media y la Moderna, se utilizó la las iglesias como alojamiento.   En la Edad Media, y se continuó en la Moderna, se utilizó como alojamiento las iglesias, hasta que lo prohibió el Concilio de Trento. De ahí que fura preciso utilizar el Botafumeiro, gigantesco incensario, para purificar el aire, cargado del hedor y pestilencia propio de los miles de peregrinos que convertían las naves del templo en dormitorios y comedor.

EN la Venta Palomeque, donde se sucederían los descuidos de Don Quijote; como en el Parador de Doña Antoniana, se daría la “manta ruana” que, según el diccionario de la RAE, previniera del adjetivo “ruano”, refiriéndose  a la prenda tejida de lana  para ir a la calle (a la rúa, en portugués).