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Priorato y “Granxa da Costa”, últimos vestigios de Oseira en Marín

A estas alturas todo el mundo sabe que Marín empezó a ser Marín en el siglo XII tras la cesión del coto del mismo nombre que Doña Urraca y su hijo Alfonso  donaron al noble Don Diego de Arias  y a su esposa, Doña Sabina Díaz para agradecerle los servicios prestados en las movidas de guerras de aquellos tiempos. Don Diego quedó viudo muy poco después y su desesperación le llevó a meterse fraile en Oseira a cuyo Monasterio, en 1.151, donó todos sus bienes como buen y desprendido fraile. Entre sus riquezas estaba el Coto de Marín, la villa entera, y la orden cisterciense se hizo dueña de semejante bien terrenal por más de seiscientos años. Don Diego, tras fugarse del monasterio tres años después, intentó recuperar sus propiedades sin resultado alguno.

Según datos recogidos en el libro “Marín en las postales antiguas”, de Manuel Cendán Vilela (q.e.d.) “La casa priorato de Marín se construyó en el primer cuarto del siglo XVIII sobre una antigua edificación, en tiempos del abad Hermenegildo del Rial”.

Los monjes de Oseira habían ostentado poder y derecho sobre todo el coto de Marín y durante muchos años se mantuvo el litigio eclesiástico interno entre la orden cisterciense y la autoridad de Santiago de Compostela. Había mucho interés en los foros que se cobraban por la explotación de tierras y mares próximos y no fue hasta  la firma de una concordia en enero de 1834 ante el escribano Pedro Nobas y Novoa en que llegó la “paz” y el acuerdo para ambas partes.

Sin embargo, ese estatus de paz duró poco porque llegó la primera desamortización de Mendizabal que suprimió los derechos de las instituciones religiosas para favorecer una supuesta recuperación económica estatal debido a la precaria situación que vivía la Hacienda Pública. Aquella Ley puso en subasta los bienes embargados por lo que el priorato de Marín, que había perdido el poder político en 1812, en 1836 lo perdió todo y, tanto propiedades como foros, partieron de una tasación oficial mediante la cual tanto el priorato como la “Finca da Costa”, fueron a parar a manos de Roberto Munáiz y Millana, de Guadalajara, el primero por valor de 27.036 reales y la finca por 25.100.

Años después el propio Munáiz se hace con todas las rentas forales y en 1849 se subasta el resto de propiedades y derechos de los monjes quedando casi todos ellos en su poder, favorecido, seguramente, porque era administrador de rentas en La Coruña y ex-intendente en otras provincias. Y Munáiz, seguramente para premiar sus gestiones, cede en usufructo y mientras viva, una parte de la casa del antiguo priorato a Fernando Noboa, presbítero, antiguo prior y residente en Marín.

Residente y alcalde

Munáiz y su familia se trasladaron a Marín en 1840 para vivir en el propio Priorato y, diez años después, es nombrado alcalde de Marín y, en 1857, juez de paz. Enviuda y antes de dos años vuelve a contraer nupcias con Manuela Agar, de Betanzos, falleciendo él cinco años después.

A su hijo Ricardo le dejó en herencia el priorato y la “Granxa da Costa”. A partir de aquí comienzan las modificaciones del antiguo convento, añadiéndosele un segundo piso en la parte sur, y surgen discrepancias con el ayuntamiento que, a petición vecinal, realiza una obra de rebaje en la calle por lo que inhabilita la puerta de entrada a la edificación que queda elevadísima, obra por la que el ayuntamiento tuvo que pagar una indemnización de 10.241,07 pesetas de aquel año de 1897. Intentó el ayuntamiento negociar, incluso adquirir el priorato, para instalar allí la Casa Consistorial, por 6.500 pesos, pero no hubo acuerdo lo que privó a Marín de contar hoy día con un Ayuntamiento histórico y precioso.

A principios del siglo XX los Munáiz venden el antiguo Priorato y en los años siguientes se produce un deterioro de la edificación constante y continuo por lo que fue ofrecido de nuevo al Ayuntamiento pero los gobernantes de aquel momento decidieron no atender la oferta por lo que en los años 50 fue desmantelado y sustituido por un moderno edificio con lo que se perdió irreparablemente, un icono histórico de Marín que hoy todo el mundo lamenta.

La “Finca da Costa” fue a parar, como herencia, a Paula Munáiz, hija de Ricardo y nieta del primer propietario de la misma y, al casarse una hija suya con Marcelino Briz, construye un chalet en la granja, que adquiere el nombre hoy más conocido “de Finca de Briz”, y hoy es propiedad del ayuntamiento que la adquirió por un valor de 150 millones de pesetas en tiempos del alcalde Augusto Casal, y fue acondicionada como “Parque de los Sentidos” por su sucesor en el cargo Francisco Veiga.

“Priorato y granja que eran todo uno, fueron los últimos vestigios en Marín de los Bernardos de Oseira”, sentencia Cendán Viela en su libro.

Julio Santos Pena