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El “Nuevo muelle” de Marín se inició en 1856 y tuvo una larga y problemática secuencia de construcción

 Carriola.J.S.P..27.05.21

La pasada semana recogimos del libro de Manuel Cendán el relato de cómo Marín utilizaba, a comienzos del XIX, pequeños embarcaderos suficientes para descargar la pesca muy cerca de las fábricas de salazón de La Mouta (por donde hoy está el Museo Torres). Y eran suficientes porque las embarcaciones eran de pequeño porte. Pero, a consecuencia del crecimiento del puerto, no quedó otra que construir un muelle más efectivo, el denominado “muelle viejo” que se situó, precisamente donde el Museo antes mencionado. A aquel pequeño espigón, que ya fue un avance muy importante pero insuficiente, ya se podían acodar algunos barcos y también valía para embarcar a personas en pequeñas chalupas que las acercaban a los barcos de gran porte fondeados sin remedio en la Ría.

Pues Cendán Vilela localiza un acto del Pleno Municipal de julio de 1856 en el que el alcalde, Simón Agulla, traslada a la corporación el malestar que supone la consecuencia de las obras del nuevo muelle porque el contratista no tiene dolor en  destrozar el camino desde la carretera de San Xulián, junto al terreno que fue de la feria, con el paso de carros con los materiales para el muelle, lo que hace pensar que fue en ése o en el anterior año cuando se iniciaron las obras propiamente dichas.

Primitivo malecón del Puerto de Marín

 

Este segundo muelle fue, al final, un espigón que partía de la actual Plaza de España y, seguramente, constituyó el inicio del muelle comercial único que conocimos ya nuestras generaciones antes de los enormes rellenos efectuados en nuestro litoral. Y no lo tuvieron fácil en el ayuntamiento porque, en noviembre de 1959, el director general de Obras Públicas pregunta al Concello con qué cantidad de dinero puede colaborar en la realización de la obra, a lo que el alcalde le responde que no se consideran con obligación de tener que aportar dinero y dudaba de que fuese arreglado a una ley el hacerlo. De ahí llega la primera paralización de las obras durante no menos de dos años.

En 1861, vecinos y comerciantes protestan airadamente por la situación no sólo de inacción sino del peligro que suponía aquella obra inconclusa, lo que origina una reunión entre corporación y  “doble número de mayores contribuyentes” de la que sale una declaración en la que al referirse al peligroso estado del incipiente muelle, manifestar “que está paralizado y es indispensable su uso y que su mal estado constituye un peligro que puede causar desgracias pues son repetidas las personas que se han caído al mar en dicho muelle”.

El Pleno del 7 de marzo de 1861 reconoce que no queda otra que poner el cincuenta por ciento del coste de la obra pero también queda claro que el ayuntamiento no tiene esos posibles, por lo que se conviene – dice Cendán- “el que se impusiese un doble  derecho de fondeadero, carga y descarga de esta Aduana, solicitándolo así de las Superioridad llevando al efecto por el alcalde una reverente exposición al Gobernador Civil de la provincia para que, con su apoyo, las remita a quien haga lugar en solicitud del indicado arbitrio de doble derecho de fondeado, carga y descarga, en todos los buques que lleguen a este puerto o Aduana, y por el tiempo o número de años  suficientes a indemnizar al Estado del cincuenta por ciento del importe total de las obras del muelle”.

Y apasó todo un año sin respuesta hata que el 7 de septiembre de 1862, de nuevo se reúne la corporación con “igual número de mayores contribuyentes”  a los que por medio del Secretario se les comunica la concesión de una subvención de la Diputación Provincial para las obras, pero que el ayuntamiento ha de poner de su parte otra cantidad. Vuelve el ayuntamiento a decir que no tiene un duro para éso y que la única aportación que puede hacer es la propia ayuda de la Diputación para poder auxiliar, dijeron “las obras del muelle de este puerto que tan indispensable se hace su conclusión”.

Dos meses después el gobernador civil reclama al ayuntamiento que haga como quiera pero que arbitre el modo de aportar fondos para acabar las obras y, el pleno, el 17 de noviembre de 1862, decide doblar el impuesto a las cargas y descargas tal como había acordado el año anterior.

La carga económica que supuso a los usuarios, levantó protestas de vecinos y capitanes de los barcos mercantes y al ayuntamiento, ante esta presión, no le quedó otra que solicitar al gobernador civil la devolución de los 19.348 escudos que ya se habían aportado con cargo al doble arbitrio. Y no sabremos nunca en qué quedó la cosa porque a nuestro investigador Manuel Cendán no le constan otros documentos a partir de aquí y hasta que en el año 1871, el ayuntamiento acordó colocar una farola de petróleo en el martillo del muelle por importe de 785 reales y contratar a la persona encargada de su encendido diario por un importe de 300 reales al año, con lo que es evidente que, en ese momento, el nuevo muelle estaría terminado ya. Y termina el texto de este pasaje diciendo que “Este muelle, en forma de martillo, con dirección SN de 100 metros de largo y 7,5 de ancho, fue utilizado por SS.MM. los reyes de España, Alfonso XII y María Cristina en 1881 para desembarcar en Marín con motivo de su viaje a Galicia”.

Apostilla Cendán que “Con ser importante para la época, tampoco venía a resolver las necesidades del puerto pues, por su escaso calado, en bajamar quedaba en seco una parte y solamente podía ser utilizado por embarcaciones menores”.

De ahí a lo que hoy tenemos, hay un “trecho”.