Carriola.Julio Santos Pena.27.03.23
La verdad es que me lo estaba esperando de un momento a otro desde que supe que Don Álvaro había sido ingresado en el hospital de Montecelo de Pontevedra aquejado del agravamiento de su, entre otras, dolencia cardíaca que se presentaba muy incierta. La esperanza se me hizo presente cuando me enteré de que había sido trasladado a Santiago para ver si, con una delicada operación quirúrgica en la “maquina” podría recuperar algo de normalidad vital. Y fue una fundada esperanza porque algunos ya hemos pasado por algo parecido y hemos tenido más suerte ya que el delicado corazón de Don Álvaro no consiguió recuperar sus energías a pesar de haber estado en la UCI del prestigioso centro sanitario durante muchas semanas.Y llegó la mala noticia ayer a mediodía, Don Álvaro había fallecido sin conseguir superar la crisis que minó su vida a pesar de las atenciones médicas y de los adelantos técnicos que frecuentemente convierten un “cacharro” de corazón en un renovado elemento que alarga la vida del paciente.
Don Álvaro pasó por Marín donde dejó el sello de su popularidad no buscada. Era una persona cercana para todo el mundo sin aspavientos ni artificios que le hicieran destacar entre los demás. Le recuerdo aún joven, cuando llegó a Marín para ponerse al lado del párroco Don Ángel Saavedra en aquellos tiempos en que había curas de sobra para atender a las parroquias y sus feligreses. Y, desde su llegada, Don Álvaro fue un marinense más porque, acaso sin proponérselo, se grangeó la aceptación de todas las personas que le trataron, con cercanía y espíritu de amistad y colaboración. Varios años estuvo en Santa María del Puerto, la principal feligresía de este concello, y era tan fácil como habitual, verle en sus horas libres, rodeado de amigos con los que conversaba y compartía la vida misma, la vida de un pueblo.
Pero empezó y se agravó pronto la crisis de vocaciones y las autoridades eclesiásticas decidieron trasladarlo a una parroquia de la Serra de Outes y allí permaneció otra pila de años ganándose la misma simpatía de sus feligreses como, un domingo del año 2009, pudimos comprobar los ciento y pico de marinenses que decidimos hacerle una visita que, bien recuerdo, le emocionó mucho al reencontrarse con marinenses de todas las edades que le rendían aquel homenaje años después de su marcha cuando es más habitual que con la distancia llegue el olvido.
Y como la vida da muchas vueltas, hete aquí que el obispado vuelve a enviarlo a Marín, esta vez como párroco de Santo Tomé de Piñeiro y Santa María del Campo donde estuvo unos años para volver a ser destinado fuera y regresar, otra vez, hasta su adiós definitivo.
Aquel día, Concha Sanjorge (q.e.d.) le dio el abrazo de un pueblo
Álvaro Rodríguez ha dejado una imborrable huella de buena persona, de empatía con todos y de gran espíritu de servicio y, desde Carriola, no quisimos dejar pasar esta ocasión para recordar con este reportaje de fotos lo que fue aquella visita a la Sierra de Outes cuando muchos marinenses le dieron aquella alegría de saber que, a pesar de la distancia, no se le había olvidado, haciéndole numerosos obsequios a título personal o colectivo.
Descanse en paz en buen cura. Misión cumplida y viaje al lugar donde el Hacedor tiene un espacio especial para la buena gente.
Aquí quedan algunas imágenes testimonio del afecto que cultivó Álvaro Rodríguez entre los marinenses en las cuales aparecen algunas personas que le precedieron en el viaje eterno