J.S.P.
Desde luego, leer lo que de Marín dejó escrito Manuel Cendán Vilela en su libro “Marín y las Tarjetas Postales Antiguas 1902-1945”, es una delicia para quien ame este pueblo nuestro. Cendán realizó un trabajo enorme de investigación y consulta en los distintos archivos de cualquier parte donde pudiera obtener algún dato sobre Marín y sus cosas, y a él le debo yo la satisfacción de conocer mejor a mi pueblo en su pasado que es la mejor manera de planificar el futuro para invitar a mis lectores a que también disfruten con esta realidad pasada de Marín.
Hace unos días extraíamos de la mencionada obra aquella llegada de los catalanes a Marín con sus nuevos métodos de explotación de la pesca tanto en el mar como en tierra con el proceso, sobre todo de salado de la sardina. Nos quedó claro que no fue fácil para los autóctonos admitir aquellas modernidades, entre otras cosas porque los catalanes que eran considerados foráneos, sacaban mejores resultados económicos con su modernidad. También es evidente que los propios tuvieron que reconocer con el tiempo que no se pueden poner puertas a los avances y todos acabaron utilizando las nuevas artes y sistemas que llegaban del Mediterráneo. Es evidente que Marín vivió en el último tramo de aquel siglo XIX el auge de la pesca y ya en el XX el de la salazón y conservación de los productos del mar. Y fue así como tanto los catalanes como los marinenses, e incluso de otras localidades también influenciadas por ellos, empezaron a construir fábricas importantes. En Marín en la zona central urbana (hoy Méndez Núñez, La Almuíña, y Tombo), o Cantodarea, de aquella muy próximas al mar, fueron los asentamientos preferidos.
Los catalanes, al principio formaron “clase”, casi un gueto, porque nos se relacionaban con los autóctonos y sólo se casaban entre las familias propias, pero ¡ay el amor!, los entendimientos fueron haciéndose más fluidos, no sin dificultad, pero animados por las relaciones entre los jóvenes de ambos bandos. A mediados del siglo XX ya todos eran uno, afortunadamente, participando indistintamente en la vida social y económica del pueblo.
Y hay que resaltar un hito en esta historia como fue el de que l Administración de Hacienda Pública estableció en Marín el alfolí, que era el depósito de sal gestionado por la Administración. Aquí tenían que venir todos los fabricantes de salazón de pescado de la Ría e incluso de otros puntos y, además, para lo que fuese menester, el único punto de adquisición de la valiosa sal, era el alfolí de Marín. Y gracias a ésto, se creó un tráfico importante de buques en el puerto porque llegaban su muelle los cargueros que traían la sal desde San Fernando o desde Torrevieja para proveer al almacén general y, a la vez, había un gran trajín de barcos que procedente de otros puertos de la ría o de la costa gallega, venían a llevarse la sal para sus necesidades.